lunes, 22 de marzo de 2010

Una diaconía de la cultura

Os ofrezco a continuación un artículo aparecido en L´Osservatore Romano de Mons. Joan Piris Frigola, Obispo de Lleida y Presidente de la Comisión Episcopal de Medios de la CEE. Espero que sea de utilidad para muchos de nosotros.


El Mensaje del Papa para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, a celebrar el próximo 16 de mayo – «El sacerdote y la pastoral en el mundo digital: los nuevos medios al servicio de la Palabra» -, corre el riesgo de quedar difuminado en el horizonte del Año Sacerdotal que estamos celebrando porque, a primera vista, parecería destinado únicamente a los presbíteros cuando no es así. Es la comunidad cristiana toda ella la llamada a descubrir y aprovechar las vías de comunicación abiertas por las conquistas tecnológicas para ofrecer el anuncio cristiano, respondiendo a las preguntas que los grandes cambios culturales hacen aflorar a nuestro alrededor, especialmente entre las generaciones jóvenes.

La llegada de las nuevas tecnologías y su difusión es indudablemente un paso adelante para mejorar la comunicación, pero sabemos que también conlleva algunos problemas porque es una realidad en continuo movimiento, una verdadera revolución: lenguajes nuevos, técnicas nuevas y actitudes psicológicas, sociales y culturales nuevas que influyen en la formación de la mentalidad del hombre y en la misma calidad de vida.

Hace unos meses, Benedicto XVI ya subrayaba a los miembros del Consejo Pontificio de las Comunicaciones Sociales que el anuncio del Evangelio y de los valores cristianos no puede prescindir del uso profesional de los medios de comunicación, pero añadía que no basta con esto sino que es necesario integrar el mismo mensaje cristiano en esta nueva cultura creada por la comunicación moderna. De la misma manera que en los primeros tiempos la Iglesia tuvo que estar atenta a la cultura y a las costumbres de los hombres, hoy tiene que evangelizar este continente digital en el que las nuevas tecnologías están provocando hondas transformaciones en los modelos de comunicación y en las relaciones humanas.

Ahora, en su Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones, el Sucesor de Pedro habla de esta época como del inicio de una “nueva historia” en la que, con la difusión de los nuevos medios, no solo aumenta la responsabilidad del anuncio sino que éste se hace más urgente y reclama un compromiso más intenso y eficaz. También en el mundo digital hemos de poner de manifiesto los signos necesarios para que nuestros contemporáneos puedan reconocer la solicitud amorosa de Dios en Cristo por nosotros que sigue siendo una realidad bien concreta y actual entre los numerosos cruces que crea la tupida red de autopistas del ciberespacio. El Señor ha de poder llegar al umbral de nuestras casas y de nuestros corazones a través de las nuevas formas de comunicación renovándonos su invitación: «Mira, estoy a la puerta llamando. Si alguien oye y me abre, entraré y cenaremos juntos» (Ap 3,20).

En nuestro entorno hay creyentes, ateos y agnósticos de diferentes culturas, tantos de ellos sedientos de Absoluto, con los que las nuevas tecnologías nos permiten entrar de alguna manera en contacto. El Papa dice que, de la misma manera como el profeta Isaías llegó a imaginar una casa de oración para todos los pueblos (cf. Is 56,7), será posible imaginar que podemos también abrir en la red un espacio – como el «patio de los gentiles» del Templo de Jerusalén – a aquellos para quienes Dios continua siendo un desconocido. Es una espléndida oportunidad para ejercer una «diaconía de la cultura» en el «continente digital» y ningún camino ha de estar cerrado a la iniciativa creyente para ofrecer la Buena Noticia de Jesucristo resucitado en la nueva «àgora» que han alumbrado los nuevos medios de comunicación.

A pesar de todo esto, algunos señalan como una asignatura pendiente que la comunicación no acabe de estar situada dentro de la Pastoral orgánica. Resulta más fácil identificar a catequistas, voluntarios de Cáritas, ministros y colaboradores de la Liturgia, que a los que realizan su apostolado utilizando los medios de comunicación social. Y, si es verdad que la comunicación se considera como componente fundamental y vital para cada persona, los grupos y la sociedad, no puede considerarse como un servicio marginal, secundario y es necesario ir dando pasos para compartir esta tarea con las demás pastorales. Usándolos adecuadamente con la ayuda de expertos, pueden transformarse para nosotros en instrumentos válidos y eficaces para una verdadera evangelización y comunión.

La Iglesia nace del acontecimiento comunicativo del Verbo encarnado que habita entre los hombres y reúne a los discípulos en virtud de la escucha de su Palabra y de la Palabra del Padre, enviándolos después como sus testigos y anunciadores en medio de las gentes. La comunicación es una de las dimensiones esenciales de la Iglesia llamada a anunciar a todos el gozoso mensaje de la salvación, la Buena Noticia, siguiendo la indicación de Jesús: “Lo que os digo de noche decidlo en pleno día; y lo que escucháis al oído, pregonadlo desde la azotea” (Mt 10, 27).

Hoy, las azoteas (los grandes altavoces) son los Medios de comunicación social. El Concilio Vaticano II, los catalogó de “hallazgos maravillosos”, en su decreto “Inter Mirífica”, resaltando su importancia y trascendencia a la hora de evangelizar.

Tenemos el encargo del Señor de ir por todo el mundo y proclamar la Buena Noticia (cf. Mt 28, 19), y por ser tan importante esta tarea-misión no podemos comunicar de cualquier manera. Sin olvidar el carácter multimedia e interactivo de los nuevos medios haciendo que todos seamos usuarios y a la vez operadores de la comunicación social. Y, como hemos dicho, no basta la preparación técnica. El comunicador evangelizador es un testigo de Cristo, y como los apóstoles ha de decir aquello “que ha visto y oído”, su experiencia profunda de fe personal y comunitaria.

Y, aunque los documentos de la Iglesia ponen de relieve, con objetividad, los problemas relacionados con las comunicaciones sociales y sus riesgos y ambigüedades, no se puede negar que en conjunto testimonian una perspectiva positiva sobre su desarrollo y sobre las posibilidades que ofrecen para poner en práctica la misión de la Iglesia. Creo que también nosotros debemos compartir esta actitud e intentar cultivarla.

El nuestro es un periodo muy dinámico, que abre a la comunicación eclesial muchas posibilidades y hay que vivirlo con serenidad y entusiasmo. Es verdad que hay grandes poderes informativos ante los que nos sentimos pequeños y pobres. Pero es también verdad que la Iglesia tiene una gran vitalidad y está al lado de la vida real de las personas. Desde nuestra Comisión episcopal de Medios de Comunicación Social animamos a seguir logrando un mayor espacio para los medios en la Iglesia y un mayor espacio para Dios en los medios.


Tomado de informaciones: www.archicompostela.org

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