lunes, 5 de noviembre de 2007

LA CULTURA DE LA COMUNICACIÓN

Cultura

Si tomamos el Diccionario de la RAE, podemos encontrarnos con la siguiente definición: «Resultado o efecto de cultivar los conocimientos humanos y de afinarse por medio del ejercicio las facultades intelectuales del hombre.»

Esta definición de cultura me pareció excesivamente abstracta, al menos para el tema que nosotros estamos tratando. Entre las varias definiciones de cultura que he encontrado me quedo con la del P. Silvio Sassi, actual Superior General de la Sociedad de San Pablo[1], que, a mí personalmente, me convence más. Para él la cultura es «un modo de ser, un modo de vivir, una manera de estar en el mundo, una forma particular de existir, una mentalidad, un método de actuar y un estilo de vida»[2]. Yendo un poco más allá podríamos decir que la cultura es sinónimo de civilización, es decir, «un período de la historia humana caracterizado por advenimientos, valores y modos específicos de organizar la vida individual y social.»[3]

Comunicación

Veamos ahora a qué nos estamos refiriendo cuando hablamos de comunicación. Algunos estudiosos dicen que se han encontrado hasta 126 definiciones de comunicación. No obstante, cualquiera entiende por ella, la acción de comunicar; y comunicar es hacer partícipe a otra persona lo que uno sabe, piensa, tiene, lleva dentro... Algún especialista podría decirnos que comunicación es aquel proceso de transmisión e intercambio de mensajes entre los seres humanos[4]. Sin embargo, la comunicación es un fenómeno muy complejo como veremos a lo largo de esta exposición. Aunque pienso que podríamos quedarnos con esta última definición.

Cultura de la comunicación

Qué decir de la cultura de la comunicación. ¿A qué nos estamos refiriendo cuando hablamos de ella? Si hemos definido anteriormente la cultura como un modo de vivir, un modo de ser, un estilo de vida, un modo de vida, al fin y al cabo, nadie podrá negar que en la actualidad nuestra cultura es una cultura de la comunicación. Basta echar una ojeada a nuestro alrededor y nos daremos cuenta que la comunicación está presente en todos los ámbitos de nuestra vida y está configurando nuestro modo de vivir, aunque ésta no esté difundida del mismo modo en todos los continentes, ni en todas las personas.

La comunicación es una cultura porque, sobre todo, por medio de las tecnologías informáticas y telemática, surgió un modo nuevo de representar, conocer y comunicarse con la realidad, entre personas y grupos.



[1] La Sociedad de San Pablo es una Congregación religiosa perteneciente a la Familia Paulina, fundada por el sacerdote italiano P. Santiago Alberione con el carisma específico de difundir la Buena Noticia en y desde la cultura de la comunicación.

[2] Cf. Sassi S., La actualización de la misión, en Aa.Vv., “Vuestra parroquia es el mundo”. Reflexiones para el VII Capítulo General de la Sociedad de San Pablo, Sociedad de San Pablo, Roma 1998, pág. 43

[3] Sassi S., Cristo, contenido, método y meta de la misión Paulina en la cultura de la comunicación, Conferencia dictada a las Hijas de San Pablo con motivo de su VIII Capítulo General. La ponencia integra pude encontrarse en Internet en la siguiente dirección electrónica:

www.fspincammino.org/spagnolo/sassi_spagnolo.htm

[4] Cf. Davara F. J., Los paradigmas de la comunicación, en Aa.Vv., Introducción a los medios de comunicación, Ediciones Paulinas, Madrid 1990, pág. 20.

[5] TMA

[6] AN, 4.

[7] EN, 45.

[8] Cf. Ortega J. L., Iglesia y medios de comunicación: ¿un pleito irresoluble?, en El País, 19 de noviembre de 2001.

[9] Recordemos dos documentos recientemente emanados uno del Papa Juan Pablo II y otro del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales: Juan Pablo II, En los medios de comunicación social la ética debe tener prioridad sobre la tecnología, Mensaje de S. S. Juan Pablo II a la Asamblea Plenaria del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, Ciudad del Vaticano, 20 de marzo de 1998; Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, Ética en las Comunicaciones Sociales, Ciudad del Vaticano, 4 de junio de 2000.

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