martes, 5 de febrero de 2008

Los jóvenes y la vida religiosa IV

Sussane
Por suerte la vida religiosa no es cosa sólo de hispanoparlantes, la gran tradición católica va más allá de la lengua de nuestros antepasados. Por eso presento a otra elegida de Dios, para andar por las sendas de una vida de entrega:

Hola, me llamo Susanne Kiesewetter. Ya mi nombre descubre que no soy española: soy alemana y vivo en España prácticamente desde que entré en la Congregación de las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús. Al principio me causó vergüenza traducir el nombre de mi congregación a mis amigos y conocidos en Alemania – suena bastante mal a gente que no están acostumbrados al lenguaje eclesiástico, y dado que en Alemania no tenemos ninguna casa, tampoco tienen el ejemplo práctico. Así que suelo explicar un poquito lo que significa nuestro nombre: “Esclavas” significa que nos identificamos con el “sí” de María y el “Corazón de Jesús” remite a la importancia que tiene para nosotras la Eucaristía, manifestación de Su amor al extremo, del que queremos dar testimonio en cercanía y sencillez, tal como lo vivió Jesús.

¿Cómo es que me he “metido monja” y además en un país que no es el mío? Desde hace muchos años, la vida religiosa era algo que me interesaba: me fascinaba la radicalidad de los votos, el compromiso por los que sufren, la búsqueda conjunta de Dios. Conocí a algunas personas consagradas cuya hondura, transparencia y anchura de corazón me atraían y que provocaron en mí el deseo de ser como ellas, intuyendo a la vez que lo que me fascinaba brotaba del encuentro con Dios en el silencio de la oración.

Por mi propia forma de ser me parecía que la vida religiosa correspondía con el estilo de vida que más me ayudaba a amar. Hasta hoy, la pregunta “¿Qué forma de vida es la que más me ayuda a amar?” me parece el mejor criterio de discernimiento de “estado de vida”.

Pero claro, sin aterrizar en un camino concreto, tampoco se me podía confirmar si la vida religiosa era realmente “lo mío” o no. Así que me puse a buscar distintas congregaciones en Alemania. Conocí a muchas, y algunas me parecían de verdad admirables, geniales, buenísimas, pero… - siempre había algo que no encajaba. Alguna me resultaba demasiado rígida y sentía que me encogía; en otra el tiempo de oración me parecía demasiado poco; en otra hubiera tenido que dejar por principio de ser profesora y esta elección también había sido algo vocacional. No, el camino no podía ir por allí.

Entonces, se me ocurrió una idea: había conocido años antes, en Argentina, una congregación (a la que pertenezco hoy) que me había enseñado cosas buenas: especialmente me atraía su adoración eucarística y su opción por los pobres. Como es una congregación que no tiene casa en Alemania no pensé entrar en ella, pero ¿por qué no preguntar a esta congregación en España por la posibilidad de hacer durante unos meses una experiencia de vida religiosa? España me pareció un país interesante, mejorar mi español también estaría bien, ciertamente podría aprender de las hermanas y lo más importante: al probar la vida religiosa en un país con un catolicismo más conservador que en Alemania me haría un poco más flexible para encontrar por fin una congregación en Alemania dónde entrar.

Muchos planes y unos cuantos prejuicios (pocas se verificaron), y una “vocación” más de viajera que de religiosa, me llevaron entonces a conocer a la congregación en la que me sentí “en casa y en la que algo – o Alguien – me decía: “éstas son tus hermanas”. Y, aquí estoy: feliz por el regalazo de sentir que esta forma de vida da cauce a los deseos más profundos que creo, Dios ha inscrito en mi corazón: deseo de vivir desde lo hondo, con autenticidad, deseo de poner toda mi vida en juego, de amar y dejarme amar en el encuentro continuo con Dios, un encuentro que se puede vivir en todos los momentos del día – aunque a veces tardo en reconocer al Dios siempre presente.

Agradezco muchísimo nuestro ritmo de vida marcado por la Eucaristía, adoración eucarística, oración personal y el trabajo en educación y pastoral que busca descubrir en cada persona su verdad más honda de ser imagen de Dios, especialmente en los más débiles, en los que más sufren, en los más pequeños. Conociéndome sé que me resultaría mucho más difícil vivir la vida como encuentro con Dios en intensidad si tuviera que marcarme el ritmo a solas.

Es precioso el poder compartir la vida con tanta diversidad de hermanas que siendo cada una “de su padre y de su madre” hemos llegado a compartir lo que nos mueve en lo más hondo de nuestro corazón. Disfruto viviendo en una comunidad internacional que puede dar testimonio de que las diferencias culturales no tienen porque impedir el compartir, el colaborar y la amistad. Gozo de vivir la solidaridad entre las comunidades de distintos países, una solidaridad que es tan difícil de encauzar a nivel internacional. Y sencillamente el gozo de sentirme “en mi salsa”, una “salsa” que siento como mía y a la vez no me deja quedarme estancada, sino que me ayuda a crecer en libertad y amor, en una entrega que se hace servicio y adoración.

¿Invitaría a otros a compartir el mismo estilo de vida al que siento que Dios me ha llamado? Claro que sí. A veces me sorprende lo que piensan otros de la vida religiosa: reacciones como “la pobre”, o: “lo de ser monja debe ser un rollo”. Estos prejuicios concuerdan poco con ver la realidad de tantas hermanas que viven con profundo agradecimiento su propia vocación, que son felices por lo que han podido vivir y lo que pueden seguir viviendo.

Sí, invitaría a otros a compartir este estilo de vida, si es que sienten que les ayuda a realizar en lo concreto su deseo más hondo que les impulsa a ir más allá de sí mismos, a entregarse gratuitamente, a vivir con amor, en amor, por amor; un amor que es regalo de Dios y que incluye a todos los hombres.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Susana, gracias por tu valioso testimonio. Es un estímulo para que otras chicas se interesen por llevar una vida tan plena como lo es la Vida Consagrada.

¡¡Felicidades!!