martes, 22 de julio de 2008

Monasterio de Santa María de Huerta

Silencio, sosiego, acogida, fraternidad, donación gratuidad... Son algunas de las características que se viven en un monasterio. Acabo de volver de uno de estos oasis espirituales, el Monasterio Cisterciense de Santa María de Huerta. Junto a otras quince personas, durante tres días, he podido disfrutar y vivir intensamente la vida monástica y la oración. Tres días que me han parecido unas pocas horas.

Cuando uno atraviesa la puerta del monasterio, te recibe el hermano hospedero con una gran sonrisa, con una amabilidad inusual y con una fraternidad que parece que nos conocemos desde siempre. Con mucha tranquilidad y sin prisa te ayuda a instalarte en la hospedería y te anuncia que puedes compartir con ellos la hora de vísperas que será a las 18:45 hs. Te impresiona entrar en la pequeña capilla, formada por el pasillo del claustro superior al claustro herretiano. Pronto podrán, concretamente hoy, disfrutar de la nueva capilla. El canto fluido pero lento, las voces unidas y acompasadas de los monjes, la participación del cuerpo con las inclinaciones y de la mente en la escucha de las palabras que brotan del corazón. Siete veces al día se encuentran en la capilla para entonar salmos de alabanza y acción de gracias en honor del Uno y Trino, creador de todas las cosas y amante incondicional del ser humano.

Principalmente dos, fueron los momentos que más me impresionaron. La hora de vigilias (a las cinco de la mañana), todavía cuando el mundo está en tranquilo letargo, las voces de los monjes se elevan en alabanzas al Creador y meditan la Palabra de Dios y de los Santos Padres. La hora de Completas (a las 20:45), justo antes de entregarte al merecido descanso nocturno, casi al final, se apagan todas las luces, se enciende una candela a la Reina del Monasterio, a María, nuestra Madre, Maestra y Reina, y se entona la Salve en honor de aquella que es «vida, dulzura y esperanza nuestra». El Padre Abad te da la bendición y «ya puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador».

He visto en estos monjes a otros «Pablo vivo hoy». Son el Pablo de la oración incesante, el Pablo de la alabanza continua, el Pablo del desierto de Arábia, el Pablo que trabaja con sus propias manos (los monjes de Huerta elaboran mermelada y dulce de membrillo), el Pablo que intercede por todos sus hijos e hijas.

Queridos hermanos del Monasterio de Santa María de Huerta, gracias de todo corazón por mostrarme, compartir y dejarme vivir durante unos días la espiritualidad y la oración monástica.

Nota: las fotos están tomadas de la página web del Monasterio.

No hay comentarios: